jueves, septiembre 14, 2006

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El paraguas se me volvió a quebrar y ahora llueve sobre mi cabeza, otra vez.
Es ahí cuando comienza la sensación divina de sentir las gotas surfueando mis poros, desde la frente hasta la pera, sentir como se deslizan y seguirlas de manera tácita.
Los charcos, que después de un tiempo de llanto divino, comienzan a nacer; de vez en cuando los salto, otras, la mayoría de las veces, los piso. Es en ese momento cuando aparece una imágen poco común: las gotas desde abajo, para arriba. No como el ritual milenario, de arriba hacía abajo.
Gente amontonada debajo de los techos. Otras corriendo para evitar las lágrimas del cielo. Yo caminando bajo esta lluvia invernal, viendo como los arboles se mueven al compás del viento, las hojas bailando en el aire acompañando a las mismas gotas en su camino.
Es una dulce sensación. De vez en cuando hace bien caminar bajo la lluvia, es un momento en el que pensas "¿cómo hago para no mojarme?" o simplemente disfrutas de la lluvia. Pero no pensás en otra cosa, sólo en la lluvia.
Tengo la sensación que son pocas las veces, en las que el ser humano sólo piensa en una sola cosa y no varias al mismo tiempo.
Ahora estoy bajo la lluvia, sigo con el paraguas en la mano. No se por qué. No me sirve y me gusta que la lluvia me convide sus gotas. Seguramente, cuando llegue a mi casa, me siente en mi cama y termine viendo como las gotas se estrellan en el ventanal, a la gente corriendo, el agua en forma de corriente terminando su recorrido en las bocas de tormenta o tal vez no llegue y siga mojandomé en esta cuadra.
Tal vez así, en un mismo lugar siempre, nos encontremos más rápido...